Crónica de Bellas Artes

 Lo bello del arte


El nublado domingo 17 de septiembre, fui con mis padres al Museo de Bellas Artes en Recoleta. Eran, más o menos, las cuatro de la tarde y, tengo que admitir, que tenía muchas expectativas con respecto a el, jamás había ido y soy muy fanática del arte en general. Pero, es cierto que también, hay algo en la pintura y dibujo que no me apasiona para nada. Amo actuar, cantar, bailar, escribir, leer, la fotografía, la cinematografía, el teatro, la música. No me gusta ni dibujar ni pintar, y consecuentemente, no me entusiasma mirar cuadros tampoco.


De todos modos, no me quería cerrar ante esa idea, porque justamente, nunca había ido a este museo. Mi experiencia hasta ese momento con el poco conocimiento de pintura, es que mis cuadros favoritos son los de paisajes y los más abstractos, casi psicodélicos. Un cuadro demasiado detallado, te cuenta demasiado, no hay mucho que interpretar. Mientras menos detallado, más abiertas son las posibilidades.


Cuando entré al edificio, lo primero que vi, fue esta pantalla que te deformaba el cuerpo en ondas de una manera bastante graciosa. Me pareció interesante que la entrada tenga algo así, lo tomé como una especie de desestructuralización del afuera para meterte en ese mundo de arte y también casi como un: nosotros también podemos ser arte.


El museo está dividido en pabellones, épocas, estilos y lugares. El primero que entré, fue un salón de estatuas blancas. No me generó absolutamente nada estar ahí. Tampoco era un lugar muy grande.


Después fui al pabellón de España. Había muchísimos retratos, muy religiosos algunos, el que más me llamó la atención fue “Monje meditando” de Francisco de Zurbaran en 1632. Supongo que me pareció misterioso y oscuro. El único de ese lugar que tenía esa vibra, los demás eran retratos de la realeza y religión española.


 “Monje meditando” de Francisco de Zurbaran

La sala siguiente era el arte holandes, había mucha más luz que en los otros lugares y me encantó un armario tallado con muchísimo detalle que era anónimo, pero que databa de 1662. También, me llamó la atención “Diana y sus ninfas de cacería” de Jasper van der Lanen en XVII y “El naufragio” de  Ludolf Bakhuyzen.


Seguí por las pinturas francesas, había bastantes paisajes y no tantos retratos, lo cual me interesó mucho más. La mayoría eran de campos en invierno o ciudades llenas de gente, bosques verdes, también en tonos marrones y muy rupestres. Mi favorito fue “Le Moulin de la Gaiette” de  Vinceent van Gogh en 1890. Algo muy curioso de esta sala fue que justamente no había muchas pinturas de Van Gogh, creí que sí, es uno de los pintores y dibujantes que más me gusta. Me encanta su manera de ver el mundo, puede copiar un paisaje, pero hacerlo suyo cambiando cosas y así mostrarlo como lo percibe él en su cabeza.


“Le Moulin de la Gaiette” de  Vinceent van Gogh


Automáticamente y sin mucha separación, pasé al salón de Argentina, donde había retratos de muchísimos próceres y varios paisajes también. Algo que me sorprendió, fue el detalle que tenían todas. Realmente parecían una foto, no estuve nunca acostumbrada a ver obras argentinas, por lo tanto, me pareció muy interesante. La que más me gustó fue la de la hija de Rosas, que creo, es el cuadro más grande de todo el museo.


Una vez terminada toda la planta baja, subí al piso de arriba, donde me encontré con arte abstracto internacional y nacional. Es una experiencia completamente distinta a la del piso de abajo. Hay otra distribución, está todo más junto, más desordenado quizás, pero a la vez todo tiene un sentido. 


La que más me dio para pensar fue la de “Intimidad de un tímido” de Jorge de la Vega en 1963 y “Pesadilla de los injustos” de  Antonio Berni en 1961. Me quedé varios minutos mirando ambas, muchos colores, muchas figuras, cosas que  interpreté como monstruos, mucho que decir en un lienzo desordenado.


“Intimidad de un tímido” de Jorge de la Vega


“Pesadilla de los injustos” de  Antonio Berni


Otras de las obras que destaco de esta parte del museo son: “Sin titulo” de Anonimo en 1972, “Combustione E.I” de Alberto Burri en 1960, “Adán y Eva N2” de Ernesto Deira en 1963, “Pintura” de Jose Antonio Fernandez Muro en 1958 y “Nubes en la sierra, ca” de Walter de Navazio en 1915.


Al no tener nada más para visitar, ya que el segundo piso estaba cerrado, volví a bajar la escalera y salí por donde entré. El paseo no me llevó mucho más de una hora y siento que me fui con una visión distinta sobre lo que creía sobre el arte antes de ir.


A pesar de que no soy una super aficionada de la pintura (todavía), ir al Museo de Bellas Artes, me hizo dar cuenta que todas esas obras son viejísimas y, en esos momentos, la única forma de congelar un momento en el tiempo era esa, dibujandolo, pintandolo. Justamente, por eso, también me sorprendió lo contemporáneas que aún así son algunas. Tranquilamente puede pensarse que las pintó alguien hace poco.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Carta a Luciano Pavarotti

Analisis de crónicas

Cronica 1983